Reconciliándome con la ciudad que odiaba
Creces en una región en donde, desde niño, te inyectan un odio hacia la capital del país; diciéndote: “Los capitalinos son insoportables, malas personas, traicioneros, animales ingratos, afeminados …¡Ten cuidado con ellos!” y un sinfín de cosas más. Cuando en la costa notaban que una persona, por ejemplo, no sabía bailar le decían, “¡hey ese es cachaco!”. El concepto de “cachaco” se asociaba despectivamente con todo aquello que no encajara con la cuadriculada forma de ver la vida de mis coterráneos: cachaco significaba torpe, tonto, homosexual, amargado, entre otros. Poco a poco fui consciente que ese resentimiento hace pesado al equipaje, y más si se trata de algo que carece de argumentos. No hay nada más peligroso una emoción negativa que aumenta como bola de nieve.
Odiaba a una ciudad que siempre me ha abierto las puertas en cuestiones laborales y en la que tengo muchos familiares, pero yo llegaba a ella como quien recibe un castigo. Y es que, para rematar, mi trabajo no era factible ejercerlo en mi región, sino en la capital. En contra de mi voluntad, tenía que radicarme por temporadas allí. Cada mañana en el transporte público, solía colocar el reproductor musical con el volumen más alto posible, para no escuchar el acento que me fastidiaba. Veía pasar a las mujeres capitalinas y las condenaba internamente por no ser tan sexys como las de mi ciudad de origen. Además, me burlaba de la capital porque ningún artista famoso le había dedicado una canción.
Consideraba traicionero a todo habitante de mi región que decidía radicarse en ella. “¿Cómo puedes irte a vivir a ese infierno?” “¿Cómo puede gustarte esa mierda?”, les preguntaba. De la misma forma me costaba comprender a una mujer de mi Tierra que escogiera como pareja a un capitalino: “¿Cómo se te ocurre juntarte con un hombre insípido de esos?”. Frecuentemente entraba a internet para verificar que el equipo de fútbol de la capital hubiera perdido. ¿Cómo podía vivir sintiendo resentimiento ante esas nimiedades?
Yo atacaba a la ciudad y ella también empezó a demostrarme su repudio. Me atracaban constantemente, sentía un frío superior al de la sensación térmica real, en los trabajos recibía el peor ambiente y una cadena de situaciones que yo atraía con mi energía negativa. ¡El Universo no se queda con nada! te coloca pruebas a ver qué tan fuerte es tu capacidad de darle la vuelta a sentimientos que te hacen daño.
Un día me di cuenta que no podía seguir viviendo con esos prejuicios y odios, puesto que no me permitían estar en paz. Me impedían ser un hombre integral. Nunca es tarde para renunciar a una emoción negativa que heredaste y adoptaste sin saber por qué. Todavía no soy el "hombre integral" pero me tranquiliza saber que estoy en la lucha. Sagrado es el lugar en donde puedes ganarte el pan y en el que te permiten poner en práctica tus habilidades: ¡en donde puedes absorber tanto!
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