La inocente faena familiar
Fantaseo con que a uno le permitirán, al final de la vida, editar un reel compuesto por escenas, de 3 segundos, que corresponden a cada momento que te marcó. Sin duda, el momento del sábado 31/05 en el que -nosotros cuatro- alzamos los brazos respondiendo a la ovación del público, en el Family day Pinarista (el colegio de mi hijo), seguramente va a estar en ese video. Porque fue el fin de una etapa y el principio de otra. Me sentí como Will Smith cuando dice: “esta parte de mi vida, esta pequeña parte de mi vida, se llama felicidad”. Estábamos haciendo historia. Dejando una imagen para que otras familias se atrevan a practicar actividades que les eleven su inteligencia, su bienestar y los integren. No es que seamos superiores a otros, simplemente hemos propuesto un modelo salido del molde, invitandolos a que se pueden hacer cosas diferentes, con el poco tiempo libre que la rutina nos deja. “Los inspiramos”, eso suena un poco ególatra, ¿cierto? No me importa, “sospecho que los inspiramos”.
Llevo muchos meses sin llegar a fin de mes (es decir, la plata se me acaba una semana antes del día de pago) pero ese sábado llegamos al corazón de 200 personas. Con la unión y la destreza inocente de 4 parientes que realizaron un solo ensayo juntos (el día previo a la presentación). Eso sí, cada uno fue entrenando por su lado, o de a dúos, en los tiempos de esparcimiento. En medio del padecimiento financiero, he aprendido que hay proyectos que no dan plata enseguida -aunque te estés muriendo de hambre- porque se van cultivando en paralelo a la actividad con la que te ganas la vida.
Más allá de la técnica y el asombro que generamos ese día con nuestras habilidades. La gente hizo mucho énfasis en la autoconfianza de nuestros hijos, Emiliano: más desenvuelto que nunca, comprometido con sus maniobras sencillas, colaborando en la logística cada vez que papá, o mamá, estaban desarrollando su maniobra. Y aprovechando cada pausa para meter un paso intuitivo de baile. Pascual, un poco más serio, shockeado pero cumpliendo su rol, quieto en el escenario, con la mano metida en la boca en señal de “aún estoy procesando todo lo que está ocurriendo”, ‘¿quienes son todas esas personas que tengo en frente?’ No hubo tiempo de explicarle, sin embargo él como que lo entendió sobre la marcha. Nunca le dio mamitis escénica y no amagó con retirarse de la tarima ¡Porque Dios es grande!
También reflexioné mucho sobre la dinámica del asombro: la relación entre asombrador y asombrado, un nexo que no necesariamente debe ser jerárquico. Es decir, el que asombra opta por comunicarse telepáticamente con el asombrado y decirle: “Gracias por dejarte asombrar”, “Gracias por abrir tu corazón y predisponerte a la magia”. Muy distinto a lo que sentí cuando experimenté el stand-up comedy, pues percibía en las caras del público un mensaje como de ‘a ver, ¿con qué vas a salir? Tendrás que hacer un esfuerzo descomunal para sacarme siquiera una risa’. En el malabarismo, el público es más empático con quienes se atreven a compartir lo que han preparado.
También me acordé de las palabras que Morgan Freeman le da a Clint Eastwood en Million Dollar Baby. Película que trata de Maggie, una boxeadora que -después de alcanzar la gloria- queda parapléjica:
“Maggie entró por esa puerta con nada más que agallas. Sin ninguna posibilidad de llegar a ser lo que necesitaba ser. Y fue gracias a ti que estaba peleando por el campeonato mundial. Tú hiciste eso. La gente muere todos los días, Frankie —limpiando pisos, lavando platos— ¿y sabes cuál es su último pensamiento? ‘Nunca tuve mi oportunidad.’ Gracias a ti, Maggie tuvo la suya. Si muere hoy, ¿sabes cuál sería su último pensamiento? ‘Creo que lo hice bien.’”. Emiliano, Pascual, Jairo y Darling tuvieron su oportunidad, están teniendo su oportunidad, seguirán generando oportunidades en la medida en que permanezcan unidos, potenciando la creatividad y sigan entrenando, aprovecharán las próximas oportunidades que se presenten. Parece que han abierto un portal hacia bendiciones incalculables.
Ese sábado por la noche, tomaba una copa de vino con mi esposa Darling, sí ella, la que le puso orden al caos, la que armó el vestuario con lo que teníamos en el ropero, además de ser la que me inspiró a aprender malabares, le pregunté: ¿por qué los días extraordinarios son tan escasos, en cambio los días en donde uno siente que los proyectos no avanzan son la inmensa mayoría? Me dijo, hay que replantear qué entendemos por extraordinario. ¿Qué más extraordinario que despertar vivo cada día? A lo cuál agregó: ¿nos sentimos válidos cuando el público nos aplaude? hay que llegar al punto de pararse en el escenario y no necesitar “demostrar” nada, simplemente ERES. Dos horas después de haber terminado la presentación, ella colgó en sus historias reminiscencias de su época de estudiante universitaria, cuando aprendió circo y teatro. Exaltando que nunca imaginó que años después terminaría haciendo circo con su familia, sin grandes pretensiones, frente a un público que lo disfruta.
Si las cosas no han dado el resultado esperado yo me siento fracasado, ¿acaso peco de perfeccionista? ¿Es que olvido que los emprendimientos (o los hobbies monetizables) siguen el esquema de <Cultivar para cosechar>? Circoaching es un bebé apenas, ¿no es bastante osado pretender que un bebé me de $ para vivir? Estoy siendo muy duro al auto-catalogarme “perdedor” cuando me desespero. No lo hago públicamente, quizá por vergüenza. Pero si ronda ese estigma en mis pensamientos. Ayer a una amiga le dije que por mucho años me acechó la etiqueta del incapaz. Pero llega un punto donde uno: o se acostumbra a perder o se cansa de perder. Yo me harté perder (o de ver que son más las cosas que no avanzan que las que llegan a un punto de satisfacción) y por eso ahora hago cosas desafiantes para no irme a la tumba con arrepentimientos. ¿Cuáles? Los que aparecen por sentir que pude haber dado más y no lo hice. ¿Acaso un difunto siente? En el caso que pudiera. Eso sí, más allá de saber a donde pueda llegar esto, ya tengo la frase para el epitafio (o la más opcionada): <<<<por lo menos lo intenté>>>.
No todo es color de rosa. Algo incómodo que me ha mostrado esta victoria del sábado, es mi manía de estar revisando las redes sociales para ver qué otro comentario nuevo han dejado sobre lo bien que nos fue. Como dijo jocosamente mi esposa, “no lo has superado”, y yo respondo: ¿es necesario que lo supere? Jejeje. ¿Para qué superar la gloria a la que cuesta llegar? Encontraré el día en que logremos una nueva cúspide y no tenga que chequear incesantemente las redes. Se nota mi pasado (niñez y juventud) de tanta intrascendencia e invalidación, porque ahora estoy tan alegre como un gamín que es teletransportado de las alcantarillas a Disneyworld. ‘Al que no conoce gallinas, hasta las plumas le parecen huevos’, dirá un malabarista experto al verme saborear esta victoria como si hubiese ganado la final del mundial. Ayy, si me vieran como esa noche he estado revisando escenas de toreros al culminar una gran actuación. Pese a que siempre detesté la tauromaquia, esa imagen de las faenas taurinas nunca dejó de parecerme romántica y onírica. Salimos por la puerta Grande.
El viernes 23/05 me había practicado una cirugía ambulatoria (la del <cierre de fábrica>, para los que entienden metáforas) y, por supuesto, mis partes nobles estaban comprometidas. Disponía de 5 días para recuperarme y 2 para entrenar los movimientos que presentaría en el talent show. Sin embargo, mi maniobra estrella no alcanzaría a estar lista, el monociclo no podía mostrarlo y me pasó como en el fútbol: Tuve que cuadrar todo esquema táctico sin “la estrella”: el monociclo. El elemento que sí o sí iba a generar el descreste. La herida no estaba cerrada del todo, y Angela, mi proveedora de helado artesanal, me dijo el día después: “mejor que no lo llevaste porque se hubiese robado toda la atención de los demás miembros de la familia”. Muy cierto, no hay mal que por bien no venga.
El día antes, mi esposa eligió la ropa que nos colocaríamos. Exploró el closet, Reencauchó prendas no usadas, mezclo colores y armó maravillosos vestuarios con lo que había a la mano. Todo eso en menos de 10 minutos. Nos emocionó tanto esp que deseamos que fuera ya el día siguiente y salimos disparados a ensayar con nuestra indumentaria. La inocencia y la vulnerabilidad eran nuestros ases bajo la manga. También fue clave cuando elegimos la música, un momento determinante porque, con las vibraciones del ensayo, predijimos lo que podía sentir el púbico, y el impacto que iba a tener en la gente. Lo que entrenas en privado termina teniendo cosecha pública.
En conclusión, el triunfo ha sido de la crianza. Como le escuché decir a Enrica, mamá de Circus family on the road, “a través del circo a los niños les hemos explicado cómo funcionan las cosas, cómo funciona el mundo”. Y es algo que mis dos hijos ya empezaron a comprobar. Que nos vean controlando cosas incontrolables, los lleva a ser más precisos en sus movimientos cotidianos: bajarse de una silla, sostener un vaso de agua sin dejarlo caer. Yo por ejemplo, crecí sin ver a mis padres aprendiendo algo nuevo, o algo que los desafiaran. O si lo hicieron (sé que mi mamá aprendió a conducir vehículo, después de los 40), no fui testigo directo. Otro gallo hubiese cantado, de haber sido espectador de algún proceso de aprendizaje de mis padres. Que entrenaran cerca de mí y yo acreditar su evolución. Tal vez habría tenido una mejor relación con la pedagogía, con la paciencia, con el paso de la torpeza (inexperiencia) a la destreza (sapiencia). Y así como al torero le aplauden su valentía. Los que criamos, estamos en una permanente corrida. ¿Cuál es el toro bravo que esperas a portagayola (que te viene de frente)? Son dos toros bravos: 1. El ser humano que nos asignaron como responsabilidad y que si nos agarra mal parados, nos clava una cornada con sus berrinches. A diferencia de la tauromaquia, en la vida real no vas a clavarle la estocada con una espada pero sí con el ingenio para sorprenderlo con episodios que aumenten su felicidad. Torear no sería eludir tus responsabilidades, sino encontrar técnicas de crianza respetuosa para no causar traumas. 2. El respetable, el público, el que no espera que lo domines pero sí que lo conquistes. Aunque falles, le demuestras que en la vida “te caes y te levantas” aunque estés frente a miles. No te va a embestir. Tu sola presencia sobre la tarima ya es, de por sí, heroica. Eso lo experimentó Emiliano en carne propia, cuando se le resbaló la bicicletas en la 2da maniobra y fue allí cuando el público más lo aplaudió. Por la resiliencia, porque no se amilanó.
Laura, una amiga, madre de una niña del Pinar, me saludó minutos después de nuestro show, me expresó felicitaciones y hablamos sobre el calor que estaba haciendo. Le dije: y sudé al triple, por los nervios, la presión del público. Ella agregó: “por eso estamos acá (detrás de la barrera) y no allá (en el escenario)”. Y eso que el público, desde el inicio, fue muy afectuoso con nosotros. Inclusive en la previa, cuando nos asignaron un salón de espera y allí compartimos espacio con los otros protagonistas del talent show (niños y niñas de otros cursos). Mi esposa y yo empezamos a calentar con estiramientos y malabares básicos, entonces todos se sentaron a vernos. Sonrieron, aplaudieron. Regalaron palabras de admiración. Qué sagrados sentimientos causas en los demás cuando te atreves a cultivar algo que marca la diferencia. Mi único lamento es que -por estar allí- no pude presenciar el show de todos los demás niñes. Gajes del oficio.
PD: ChatGPT me regaló esta metáfora entre lo taurino y la crianza:
Un torero agotado, con ojeras por capa y ternura por estoque, se enfrenta a un toro que no da tregua: su bebé. Llanto intempestivo, mirada penetrante, demanda constante… ¡bravo, bravo ese toro! Pero el torero no retrocede: con paciencia, cita desde la cuna. Y ahí, en medio del caos, aparecen las verónicas más hermosas: una canción de cuna, un abrazo inesperado, un malabar hecho risa. Cada madrugada es una nueva corrida. Y cada gesto de calma es una oreja ganada. No por técnica, sino por entrega total.”
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