¿Se volvió loco Jairo? 😮 ¿por qué aprende deportes de Riesgo?




¿A los 44 años aprendiendo deportes extremos? ¿Y sin casco?

Dirá la gente cuando me ve en las redes posteando mis pequeños avances con el monociclo.

“¿Por qué no lo hiciste cuando tenías 20?” Imagino que me preguntan

“Tenía el físico pero no la madurez emocional para activar la perseverancia”, imagino que les respondo.

Me encanta vivificar la letra de la canción de <loco> de Calamaro: “yo soy un loco que se dio cuenta, que el tiempo es muy poco”. Y a mis amigos les reitero: “me someto a estos desafíos, porque quiero que mi lista de arrepentimientos -antes de morir- sea lo más pequeña posible, ojalá nula”.


Cuando inicias una practica en la que sabes -porque los expertos te lo dicen- que necesitarás muchos intentos, inevitablemente se te viene a la cabeza el mito de aquel señor famoso que al intento 1001 logró que encendiera el bombillo eléctrico. Tu quieres jugar al optimismo y esperas no necesitar tantos intentos, pretendes que contigo ocurra algo milagroso, encarnar la suerte de principiante. Cruzas los dedos para que logres montarte, y andar, en menos intentos de los que el promedio de personas suele requerir, te visita la ansiedad por demostrar que eres capaz de lograrlo rápido ¡sigue creyendo que te vas a volar ciertas etapas!


El 18 de Abril de 2024 me llegó el artefacto que compré online, practiqué una hora por la noche y no ocurrió nada extraordinario, más allá de hacer cientos de steps sobre los pedales, ahh pero sí, viéndolo bien, sí pasó algo interesante: me quedaba suspendido un segundo (a veces un par de segunditos) sobre “el mono” manteniendo la rueda derechita y recordé las palabras de Yair (cirquero que me dio 3 clases dos años atrás): “si eso empieza ocurrir es un síntoma de que no estás tan perdido”. Esa misma noche en Instagram publiqué un video con encuesta, en donde la pregunta fue: “¿lo voy a lograr rapido?”, más de 10 personas aseguraron que sí. Me tienen fe. Más de lo que yo me tenía en ese momento.





Por no practicar con botines, el primer día me gané un golpe en el tobillo con la base del pedal, tal como me lo advirtió lechuga (un clown amigo): fue una leve constatación de lo que expresa la NBA: “no pain, no game”. Al día siguiente salí rápido a comprarme un par de botines deportivos. Solo cuando compras los implementos, te demuestras a ti mismo lo comprometido que estás con el proceso. Solo comprando tu propio monociclo puedes comprobar que entrenando con frecuencia podrás sacarlo adelante. ¿Se dieron cuenta que los 3 verbos empiezan por COMPR***?


Años atrás, cuando veía a alguien montarse en monociclo, pensaba: ¿cómo lo hace? 

¡Es algo surrealista! ¿Cómo se verá el mundo desde allá arriba? … me causaba curiosidad.

Sospechaba que los cirqueros sabían algo que yo no: un clic, un punto óptimo, una técnica que solo se revela cuando has intentado mil veces, cuando la practica adquiere dotes de religión. “Algún día Jairo, algún día”, me lo decía, dándome una auto-palmadita en la espalda.


¿Qué se te pasa por la mente antes del primer intento? 

¿Cuántos intentos voy a necesitar? ¿En cuánto tiempo ya estaré logrando lo básico? 

El ser humano y su clásico enfoque en el resultado. Supongamos que el día cero fue el punto de inicio y, a partir de allí, se trazó una trayectoria (no lineal) hasta el punto en el que logré estar 10 segundos rodando semi-estable sobre el caballo de metal. Es decir, suelo construir un mapa que me indique cómo evolucionó la experiencia hasta que empezaste a dominarlo. El primer tramo se caracterizó por algo que llamé: “Luz al final del Túnel”, no porque la hubiera, sino porque pasaron muchos días y no había vestigios de semáforo en verde. Luego pasé por muchos tramos (barrios) más, el mapa lo publicaré dentro de un mes en mis redes sociales, allí explicaré más sobre todo lo que tuve que atravesar para empezar a lograr un rendimiento decente. 


En la primera semana, pasé de avanzar 0 pedalazos a 3 (dos segundos montado), y al cabo de unos días (la segunda semana): ya llegaba a tres metros (4 segundos). De no saber nada a hacer ya algo, es un montón. “Si nunca lo intentas, nunca sabrás” dice la canción de Coldplay. Nunca sabrás qué pasará, si lo ibas a poder lograr o no. En la tercera semana ya llegaba hasta la mitad de la cancha de mi edificio (5 segundos) y la 4ta semana había logrado la cancha completa (11 segundos). Era imposible no alzar los brazos en señal de celebración, como atleta que rompe su propio récord en las olimpiadas, como el alpinista que toca cumbre. 





¿Cuál es la pregunta que te asalta el cerebro antes de cada nuevo intento (en diferentes días de entrenamiento o dentro del mismo día): ¿cuál será mi aprendizaje de hoy? ¿Qué me llevaré de esta experiencia, de este peldaño experiencial? ¿Avanzaré o me mantendré? Cualquiera de las dos es preferible a retroceder. Cualquier novedad será esperanzadora y determinante para lo que sigue. Pellizcar la incertidumbre.




Es imposible no robarse las miradas de los transeúntes cuando tu entrenamiento se hace antes los ojos de todos. 

Lo comprobé porque inicié en la cancha de microfútbol de mi edificio, ubicada en el centro de 6 torres residenciales. Aunque no deja de ser intimidante el hecho de practicar siendo observado. Nunca había sentido tanto el cariño de la gente y el aguante (como dice Charly Garcia) si lo comparo con mis experimentos anteriores de aprendizaje. Es como si los vecinos sintieran, igual que yo, que me había puesto una meta muy alta, cuasi-imposible. A medida que progresaba, se detenían, me saludaban y me metían conversación, algunas eran personas que yo ni sabía que existían y para las cuales yo tampoco era visible: “desde el balcón he estado pendiente de tu proceso, ya lo vas logrando” me dijo una señora. Me recalcaban la importancia de la Constancia, me hablaban sus sueños de niño que dejaron engavetados. La niñera de un bebé de 4 años, fue testigo de mis 3 primeros entrenamientos y dijo “quién se monta en esa vaina es capaz de lo que sea en la vida”. Y cuando practicas en calle, es todavía “peor”, imposible pasar desapercibido cuando te ven intentar muchas veces en una plaza pública y captas los comentarios de sorpresa que hace la gente al pasar. Una vendedora de artesanías veía cómo me caía cerca de ella, cuando intentaba realizar, sin éxito, unos giros cerrados hacia la derecha y ella le comentaba a su contertulia: “así es la vida, caerse, levantarse, volver a intentarlo”. Aunque yo no lograba todavía el giro, me sentía alegre al saber que mi performance le estaba regalando a la gente —sin querer queriendo— un mensaje valioso para sus vidas: una imagen que les ayude a vivir. Con solo atreverte, empiezas a convertirte en un espectáculo sorpresivo para los desprevenidos. Una metáfora de carne y hueso.


Si un bebé pudiera escribir cómo fue su proceso para aprender a caminar, estaríamos ante una joya documental.

Se sentiría feliz cuando sus seguidores le digan: “Waoo vi los videos de tus avances en Agugúgram, tu tan pequeño y me has inspirado a perseguir esos sueños que dejé empolvados en el cuarto de San Alejo, esas metas que necesiten paciencia”.

Y es que ¿cómo no va a ser inspirador el proceso de un bebé? que gatea por meses, luego intenta apoyarse en la pared, o en algún mueble, se resbala, se golpea la cadera, su frente parece un imán que atrae superficies puntiagudas, hasta que por fin -después de meses- da sus primeros pasitos. Y además, poco entiende lo que sus cuidadores pudieran decirle: “Hazlo así, ve más lento, metete por acá, mejora la dirección, pilas con la escalera, ojo con el desnivel”. Hasta el que no sabe, opina sobre cómo cree que se puede resolver. Los adultos saben caminar pero no saben (o no lo tienen fresco en su memoria) a qué se enfrenta un inexperto cuando apenas está iniciando, porque hace muchos años que los expertos pasaron esa etapa, y no tuvieron cómo documentarla.





En las primeras dos semanas (en mi caso 10 días) de este deporte, no ves luz al final del túnel, no percibes un atisbo de esperanza y eso hace que te comprometas más con esa palabra llamada constancia. Esa y la palabra persistencia son conceptos interesantes que nunca antes -te juro- los había puesto tan a prueba como cuando intentas pararte en esta varilla con una rueda. Sin embargo, aunque no rodaba en los primeros días, un palpito me decía que siguiera, que se venían cosas grandes, me autoconsolaba con este pensamiento: “Todavía estoy en pañales pero no estoy en cero”, para galardonar los microavances. En cualquier momento explotaba.


Antes de la segunda semana, un vecino norteamericano, al verme entrenar, me dijo que él también quería. Lo hermoso de contagiar a los demás con tu pasión. Cuando lo vi agarrar el monociclo, me confesó que de niño había aprendido y se notaba en sus primeros lanzamientos. Al ver como él lo lograba, me inspiró a que yo también podía. Ese mismo día avancé algunos metros (no quedó registrado en video) pero fue chiripazo, no se volvió a repetir ese mismo día. Contagias a los demás de tu pasión y ellos te retribuyen dándote pistas para progresar.


Un vendedor ambulante que no pudo quitarme la mirada de encima, el sábado 25 de Mayo cuando logré mi mejor rendimiento en el monociclo (me mantuve por más de un minuto rodando, cada vez que me subía y daba giros a mi antojo), me dijo algo que ya yo venía pensando días atrás: “esto es como aprender a caminar”, “o más difícil”. Le respondí: ¡Qué casualidad que esas el metáfora en la que no he dejado de pensar, desde hace días”.


De tantas cosas que vengo aprendiendo, de 4 años para acá, en este sí quise documentar videograficamente el proceso desde el día 1. Quería tener evidencias para analizar ¿qué tanta evolución hubo entre una jornada y otra?, la idea era no dejar escapar detalle alguno que me sirviera para narrarlo. También me puse a pensar en algo que leí de Isra Garcia: ¿y qué pasa si no lo documento? Si no lo publico, si nadie lo va a ver ¿lo haría de todos modos?, el mostrar el proceso fue un plus, estaba tan comprometido con la causa que lo hubiese intentado también clandestinamente. Isra es un experto en realizar experimentos consigo mismo (20 días sin hablar, 15 días viviendo en la oscuridad, 10 días diciendo “sí a todo”, 10 días diciendo “no a todo”). ¿Qué tal si conviertes tu vida en tu propio laboratorio?


La mayoría de la gente nunca ha visto caer a alguien que practica monociclo, pero es algo que seguro sí ocurre en privado, el proceso nunca es visible, los cirqueros ensayan incansablemente para no mostrar un solo fallo, exhiben el resultado impecable porque de eso se trata el show y la recaudación de monedas. Quizá eso es lo que a la gente les atrae de mi entrenamiento, que desnuda la vulnerabilidad y muestra que cualquiera lo puede hacer, solo es cuestión de atreverse. Además las caídas no son mortales. Las entrañas desfilan como trapos al sol.





El monociclo es uno de varios experimentos de aprendizaje que vengo llevando a cabo, después de mis 40 años, pero me atrevo a decir que ha sido hasta ahora la prueba Reina. Me ha exigido física y emocionalmente, me ha hecho cuestionarme: ¿en realidad deseas profundamente atravesar ese portal? ¿Pegar ese salto cuántico? Estás poniendo en riesgo tu integridad física, no tienes 20 años, tienes 44, a todas estas me pregunto: ¿cuántas personas se habrán iniciado en esta disciplina después de los 40? Si me dijeran que pocos, ¿se me subiría el ego? Ojalá existieran censos sobre aprendizaje donde especifiquen a qué edad cada quién aprendió algo, no para compararse con el resto, sino para activar la camaradería, la mutua cooperación; una especie de Tinder en donde la gente en vez de exaltar sus atractivos físicos, simplemente describen una lista de aquello a lo que han atrevido en la vida, y esto daría pie a la generación de comunidades. No solo “interests”, como en el Facebook sino, más allá de un interés que cada ser humano pueda tener frente a un tema, que diga: “me empecé a meter de lleno en algo y la vida me ha ido cambiando de equis manera”.


A finales de Mayo, conversé con mi amigo Alberto (el de 99 años) contándole mi proeza con este artefacto y le dije: “vengo investigando el tema de la torpeza, entrevisto a gente que ahora tiene gran destreza en algo en lo que al inicio fue torpe, y valoro los testimonios de otros, pero no me quise conformar con ese solo material, por eso me convertí en “periodista de inmersión” que va y lo vive. Como cuando Tiririca, un payaso brasileño, se lanzó al senado en 2010, con una publicidad televisiva muy ingeniosa, allí expresaba: <¿Usted sabe qué hace un diputado? ¿No, cierto? yo tampoco, entonces vote por mí que yo voy y le cuento>. En mi caso sería: <¿usted sabe qué se siente montar en monociclo? vea mis videos, escuche mis reflexiones, y le contaré que se siente estar allá arriba, le confirmaré que todo en la vida es posible, que si yo pude, cualquiera puede>. Le pregunté a Alberto por qué la gente no se atreve a aprender cosas nuevas, me dijo: “no se les educa para plantearse inquietudes”. Son error-fóbicos. 


Nunca fui deportista olímpico, pero el ejercicio del monociclo es lo más parecido. No llevé la cuenta precisa de cuántos intentos pasaron para las primeras señales de esperanza (ese primer segundo de equilibrio) pero sí recuerdo cada vez que, después de cada desacierto, regresaba a la línea de inicio con mirada en modo reflexión. Deberían inventar un instrumento llamado intentómetro, para que uno no tenga que estar contando ansiosamente y al final de la práctica te arroje el dato para el análisis. Recordaba las imágenes de Caterine Ibarguen cuando calentaba, su mirada meditabunda, cuando volvía al punto de inicio para realizar un nuevo intento de salto largo. Eso se me quedó grabado por siempre y cada vez que queramos pulirnos en una práctica, podríamos heredar eso de Caterine, volver, volver, volver para accionar.


Una métrica que no quiero dejar pasar: durante las 3 primeras semanas tardaba 10 o 20 minutos en tener el primer acierto, lo cuál te hacía dudar de ti mismo, de tu propio progreso, ¿te pasa lo mismo en otras prácticas? Eso que te pone a que cuestiones tu capacidad de retener aprendizaje, tu memoria muscular. Sin embargo, a medida que pasaron los ensayos, ya podías montarte y andar en menos minutos. Incluso, el Jueves 30 de Mayo, lo hiciste con un solo intento y casi que en frío. Esto verifica que siempre vamos de la torpeza a la destreza. Y ojalá en el monociclo, así como en la bicicleta, lo aprendido nunca se olvide.







En un mes pude avanzar bastante en el proceso, llevarlo hasta un nivel presentable. Pasar de hacer una cancha completa de microfútbol a recorrer la plaza de mi pueblo, a diestra y siniestra, bajándome del aparato sin movimientos aparatosos. Sin riesgo de lesionarme. Eso sí, algunos transeúntes al notar el tambaleo de mi rueda, cuando les paso cerca, se apartan. Viví en carne propia el menudo desafío de saber girar, porque les recuerdo que el monociclo no tiene manubrio, ni timón, entonces tu cuerpo dice: “ya lograste bastante con montarte y mantenerte más de un minuto, entonces no demoraré en regalarte el aprendizaje del giro”, que primero ocurre de manera intuitiva hasta que ya lo vas realizando de forma consciente, quiere decir, piensas: voy para allá y te metas para allá, ahora quiero ir para acá y te vienes para acá, le daré la vuelta a esa maceta y lo haces. Atrás quedaron esos tiempos en donde avanzabas sin control. Cumplido un desafío, nace otro desafío: el de trabajar las piernas para tener más resistencia porque cada tanda de 2 minutos sobre el “mono” me canso y me bajo para tomar un respiro. También el de subir empinaciones ¿y bajarlas? ¡Ni se diga!



Esteban Rigoni, un gran amigo, luego de ver mi video del 26 de Mayo (en donde hice zig zag a unos obstáculos), me escribió por instagram: “cuánta paciencia debe tener tu esposa”. Me reí y le pregunté ¿por qué?, respondió: “Me refiero a que tenés espíritu lúdico y todo el tiempo estás probando nuevas cosas y desafiándote. Pero esos desafíos conllevan dedicar tiempo que no le dedicas a la familia. Me imagino a tu esposa: "Uh ahora con con monociclo", ya se le había pasado lo de la guitarra🤣.

Comentarios

Paradigmentes ha dicho que…
Disciplina, constancia, valentía, compromiso... no solo logras equilibrio con estos conceptos...Se necesita creer para crear. Ahora que sabes por donde es la vuelta, te veré haciendo malabares encima del monociclo, alternando con la guitarra y de paso una rutina de stand up comedy y eso no me lo pierdo!
fuerza di! ha dicho que…
Me encantó lo de contagiar ida y vuelta!

Es impresionante el poder del otro en uno y viceversa, cómo eso hizo que tu chispa se encendiera.

Felicitaciones por desafiarte!

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