Reseña sobre "Hija de la Luna"

Por: Jairo Alonso Castañeda

El mejor presupuesto es el amor con el que se hacen las cosas. Eso quedó demostrado en la “Hija de La Luna”, obra en la que Nataly Acosta desentrañó lo más selecto de su creatividad.

Desde el inicio el espectador se preguntaba ¿tiene pinta de obra muda o romperá el silencio en algún momento? 
Y con el paso de los minutos esa duda pasó a un segundo plano. El asistente empezó a asimilar que las palabras estaban de más y la caligrafía dependía de otras variables: los gestos de la danza, un lenguaje corporal a merced de la imaginación y la fluorescente comunión entre un globo y una canasta. La Luz tenía voz protagónica en la Hija de La Luna, desde la entrada magistral se presagiaba.  

La tierna misión de colocar las peloticas iluminadas en la canastas colgadas a diferentes alturas. Con una inocente sensación de impotencia que desató la complicidad del público: la pirámide humana para alcanzar un objetivo. 


Acrosport para la Consciencia Colectiva. Una perfecta analogía sobre la intención de todo artista: saber ubicar su luz en un punto de nuestros corazones de donde sea difícil removerlo. Cada gesto, cada ritmo, cada color constituían trazos que fueron derramando Gracia en el escenario. 


En una artista tan versátil, el contagio cantor no podía ausentarse, ¿y qué mejor factor para erizar pieles que el bullerengue? …Luna Lunita Lunera … con suma de voces y candelas que tejieron el desenlace ideal: una escena que se configuró con la energía de todos. Consumando perfectamente la ecuación en el Festival Nariz Roja: Coros, Rondas, llamitas que sellaron la ovación del público y las lágrimas de la protagonista.

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