¿Corregir malformaciones lingüísticas, al hablar, es actuar totalitariamente con uno mismo?
Hace unos días tuve un inesperado debate con un Raúl, un reconocido escritor barranquillero, por el cual siento admiración. La polémica podría titularse de varias formas: “¿Todo escritor está obligado a ser buen orador?”, “¿Por qué hablar de Literatura no puede convertirse en un espectáculo-performance?”, “¿Reinventarse implica la perdida de autenticidad o naturalidad?”, ¿la búsqueda de la perfección implica caer en dogmatismos?
Nuestro intercambio de ideas surgió al plantearle mi decisión de no asistir a eventos de fomento cultural, que estuvieran presididos por personas que, a mi juicio, han forjado fama de oradores aburridos en la ciudad. El exceso de Tartamudeos, gagueos, muletillas, entonación poco entusiasta y escasa creatividad expresiva, se constituyen en variables que cortan la efectividad de un mensaje que se pretende transmitir. Mi ejemplo inicial se centró en Fidel, Director de la mayor Biblioteca local. Un señor al que nadie le desconoce su trayectoria como poeta y ensayista, en medios reconocidos, pero que como orador deja mucho que desear. Algunos compañeros y yo, hemos notado que Fidel es incapaz de pronunciar 5 palabras seguidas sin decir un “ehhhhh”… “esteeee” … “mmmhhh”, pero no hay poder humano que pueda quitarle el micrófono y, de esa manera, aburrir indiscriminadamente a la audiencia. Raúl insistía en que pese al abuso de muletillas que se escuchan sonoramente accidentadas, por parte de Fidel, hay que darle prioridad al contenido.
Raúl se sintió aludido al escuchar mi planteamiento. No quisiera pensar que se debe al lazo amistoso e intelectual que lo une con Fidel. ¿Fue como hacerle ver fallas de su padre o de un familiar cercano?. “Un buen escritor no necesita ser buen orador”, manifestó; añadiendo que él suele desconfiar del contenido discursivo que suelen tener los buenos oradores: “Importa más el fondo que la forma”. “Pero la oratoria no es cuestión de forma”, refuté. La oratoria comprende un conjunto de variables (más de 40) con la que se buscan que un mensaje, transmitido oralmente, llegue correctamente al aeropuerto auditivo de los que están en su presencia.
A mi parecer, una de las principales causas por las cuales fracasan los eventos culturales en mi ciudad, obedece a los acartonados oradores que tenemos como maestros de ceremonia. No reconocen la importancia de las variables que deben afinar cuando de transmitir una idea se trata. Para la población, ya se ha corrido el “voz a voz” que cataloga a la cultura, el arte y la literatura como algo aburrido. Se toma como norma que un discursante cultural sea un tipo con escasa emotividad y un contenido amplio, pero disperso, que muy pocos alcanzan a entender. Los eventos culturales se tratan de fomento, y para tener éxito a la hora de divulgar hay que sorprender al público, exponiendo los temas con un lenguaje simple y, a la vez, profundo. Si el oyente se duerme en estos recintos es porque en algo está fallando el orador.
Raúl plantea que si una persona, mientras está hablando, permanece alerta para evitar dequeismos, muletillas o gagueos, corre el riesgo de descuidar la calidad de lo que está manifestando. ¿La inteligencia se atrofia cuando uno se esfuerza por evitar errores gramaticales y lingüísticos al hablar?. La calidad del contenido no debe pagar los platos rotos, cuando uno pone de su parte para emitir públicamente un discurso fluido y elocuente. ¿Por qué el ser humano tiende a pensar que si arregla un aspecto de su ser, simultáneamente se daña otro?, ¿no es acaso una perspectiva muy extremista y fatalista?. No todo cerrajero es ladrón. No todo orador es necesariamente un charlatán. “¿Al desarrollar una habilidad inmediatamente se desprotege otra?”, esta hipótesis me recuerda aquella escena habitual en el chavo del ocho, en la que alguien le entregaba un objeto al chavo para que lo sujetara con sus manos, y él lo dejaba caer en el momento en que recibía otro objeto. Era curiosa su torpeza: No podía sostener más de un elemento a la vez. ¿Hablar con contenido de calidad y una buena oratoria, al mismo tiempo, es cuestión de malabarismo?, ¿Se necesita ser sobrenatural para mantener todos los focos de la virtud encendidos?
Raúl sostiene que no todas las personas tienen habilidades para la expresión oral y estoy de acuerdo, pero eso no quita que todo ser humano tenga la capacidad de reinventarse. No podemos permanecer encarcelados al “ego histórico” que enuncia “yo siempre he sido así, no tengo solución”. Conozco casos, propio y de muchos, en los que se padece de tartamudez o vocalización ilegible, y todo depende de la fuerza de voluntad para aspirar a liberarse de ese marco de dificultades que frustran. Pero no todos se lo proponen, es cuestión de darle prioridad. Si no somos exigentes y estrictos, ¿cómo vamos a dejar una huella en nosotros, y en la sociedad que espera por un mensaje de alto impacto que sintetice el esfuerzo que hemos consagrado?
También salió a relucir el caso de algunos famosos que gagueaban y aún así han logrado llevar su mensaje a niveles insospechados. Woody Allen por ejemplo, le confirió una visión caricaturesca a su tartamudez. Tenemos probabilidades de superar dificultades expresivas, como Demóstenes; y de ser lo suficientemente astuto para convertir debilidades en fortalezas, como Woody Allen. Pero la mayoría de los oradores de mi Tierra no están en estos niveles ni están haciendo nada para salir del pantano. Basta con analizar al público que asiste a sus presentaciones y observo un alto porcentaje de bostezos, rostros aburridos y deserción en la sala, ¿No debe ser esto un síntoma para que el orador se percate que algo está fallando?. Raúl dijo que también influye la falta de interés por parte del público, problemas de concentración y psicoridigez de un público que ante la mínima falla expresiva del orador pierden el foco por lo que se está exponiendo. Si el mensaje no llega correctamente a su destino. ¿Culpa del emisor que no hizo los esfuerzos creativos necesarios para hacer más contundente el mensaje, o del receptor que se dejó llevar por la forma y no por el fondo?
Otro de los apuntes claves de Raúl: “No estoy hablando de tartamudear todo el tiempo ni de decir “ehh” y “esteee” todo el tiempo, digo que en ciertos momentos puede caber, puede hacer parte de la comunicación porque eso puede ser la forma defectuosa de un mensaje. No contemplarlo, querer anularlo totalmente de la comunicación, es caer en lo dogmático, en lo inflexible, en la estandarización, en un discurso de poder. En un discurso que al final vuelve ciertos dogmas en un juicio soberano de valor por encima del mismo fenómeno del lenguaje y su pluralidad, su apertura a la vida humana”, con esto dejó entrever que “pelar el cobre” de vez en cuando hace parte del equilibrio y de romper medidas totalizadoras. Ante lo que no estoy en desacuerdo. “El lenguaje esta basado precisamente en su polisemia en su pluralidad, estaríamos anulando una característica y virtud del lenguaje. Ya caer en muchas si es malo, o repetir mecánicamente las mismas”, agregó Raúl.
El ser humano suele estar a la defensiva cuando le presentan ideas que le inciten a abandonar la zona de confort. Por eso Raúl sale en defensa de los buenos escritores que no son virtuosos oralmente. Aunque no podemos caer en el vicio del hombre obeso que aborrece a los que se esfuerzan por afianzar una cultura fitness, o como la modelo con dificultades al caminar que suele afirmar que no necesita clases de pasarella, reafirmando que no necesita la aprobación de terceros. Estoy seguro que si a un escritor le otorgan 20 minutos para que hable de su obra frente un público de potenciales consumidores, debe poner en el asador toda su astucia para persuadir a la audiencia. La oratoria es un momento de intimidad para hacer que el oyente tome decisiones. A usar el carisma persuasivo para invitar al público a que revise el trabajo literario.
Tenemos dos opciones: 1. Superar las malas costumbres al hablar, y ser más contundentes en nuestros mensajes o 2. Persistir en lo mismo y obtener los mismos resultados de siempre :público que se aburre en los eventos culturales de Barranquilla.
La tesis de Raúl: "se vale ser gago, tartamudo y muletilloso" mientras el contenido sea teóricamente interesante.
La tesis de Jairo: "si te liberas de esos parásitos de la expresión oral, tu mensaje llega más contundente a la audiencia”
Raúl corrigió: “No, no, lo que digo es que uno puede llegar a un equilibrio y a hacerlo de la forma mas personal posible”
Tal vez no tuve la razón, ni Raúl tampoco. Tener la razón en este debate era lo que menos importaba. De un encuentro callejero (no planificado) a un debate que se extendió por un par de hora más en el chat de facebook. Raúl y yo llevamos hasta sus últimas consecuencias una enriquecedora polémica sobre el lenguaje hablado.
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