Todos llevamos, por dentro, a un Thomas Alva Edison 


De la vida privada de Alva Edison, poco se sabe. Si me pidieran imaginarla, yo la titularía “la intimidad de la perseverancia” y me atrevo a ficcionar sobre todo lo que estuvo ocurriendo a su alrededor, mientras perseguía el objetivo de la bombilla eléctrica. ¿Qué impresión tenían los vecinos de él? ¿Tenía que interrumpir algún experimento para cambiarle el pañal al bebé?  ¿Sacaba tiempo para jugar con sus hijos? ¿Alguna psiquiatra lo atendió cuando sentía que no había luz al final del túnel?





Si todos los inventores fueron (y son) ejemplo de constancia ¿por qué la historia de Thomas es la que más se conoce? cada vez que se habla de “intentarlo mil veces” pareciera que él es el único nombre que sale a relucir. (Es injusto que poco se hable de Alexander Cummings, quién patentó el inodoro moderno en 1775 ). Me aventuro a creer que Thomas fue quién mejor la documentó, y no propiamente a través de <en vivos’s> de Instagram. No alcanzan a dimensionar las ganas que tengo ahora de conocer el museo en Texas, donde conservan las copias de sus patentes, los diseños garabateados, entre otras evidencias del esfuerzo y de la sagrada desesperación de quién busca un resultado favorable. 


Sus vecinos, en Middle sex county, seguro no le perdían detalle a las novedades de sus avances, en la cantina principal del pueblo, quizá todos se preguntaban entre sí: ¿cómo le fue ayer con el intento 573? ¿Lo logró?, “Todavía no. Ayer se le vio cabizbajo caminando del laboratorio a su casa ”, afirmó el pregonero; “¿Qué la falta para acercarse a la meta?” “¿Cuando llegaremos todos a Menlo Park para cargarlo en hombros?” 



Antes de dormir, todos apagan las velas de sus hogares con la esperanza de encontrar mejores noticias al día siguiente, y si hubiesen cámaras de seguridad dentro de las habitaciones, nos daríamos cuenta que los habitantes se acuestan con los dedos cruzados. Sueñan con no tener que depender de algo tan inestable como el sebo, la cera de abejas y el fuego; para hacerle contrapeso a las tinieblas.





Tiko, un joven aprendiz de circo, deslumbraba a su vecindad con movimientos básicos de circo. Ana, su vecina de enfrente, era testigo -cada tarde- de su entrenamiento y era inevitable que -al verlo- se confrontara internamente, y se auto-interrogara: “¿en qué estoy invirtiendo mi tiempo libre?” Y eso es -sin temor a equivocarme- lo que se pregunta toda persona que siempre ha querido adquirir una destreza extraordinaria, pero no se ha decidido a enfocar sus energías.



Tiko se comparaba con Thomas. Sentía que su intento de mantener durante 20 segundos los malabares de pelota, se parecía a las experiencias del inventor, cuando hizo mil maromas científicas para que su primera bombilla permaneciera encendida durante 48 horas seguidas (El 21 de octubre de 1879). Rodri (un vecino de Tiko) lo interpeló: “¿por qué tengo que apoyarte a ti?” “¿Cómo se te ocurre compararte con Thomas?”, “sus contemporáneos lo apoyaban porque si se consagraba con ese invento, traería comodidad para todos y, sin duda, impactaría al mundo entero”. “En tu caso, ¿qué va a ganar tu entorno si logras 20 segundos haciendo malabares? El único beneficiado serás tú: puntos para tu ego”. Tiko se defendió: “puede que la hazaña sea mía, ¡pero no solo ganaré yo! ¡todos saldrán ganando!”. “¿Cómo así? ¿Por qué?” “Porque les estaré demostrando que si yo pude, todos pueden. Se iluminarán de inspiración; “¿y si no a todos los interesa los malabares?”, indagó Rodri. “Si yo pude dominar estas pelotas en el aire (algo que parecía imposible), cualquiera puede lograr el sueño que se propongan, el que sea, no propiamente del circo. Solo es cuestión de nunca apagar la llama de la pasión que los moviliza hacia ese fin”, remató Tiko. 





Un atleta especializado en carrera de vallas, se enteró de este cuento y dijo: ¿cómo se les ocurre cerrar este escrito sin darme el lugar que me merezco en el “arte de los intentos”? Yo sí que les puedo contar anécdotas sobre ese circuito del caer-levantarse e ir tras el próximo intento. Jairo le dijo: “¿qué tal si guardas todos esos detalles para una siguiente entrega?”, “Tengo un amigo que practica skimboard (los que no lo conocen, youtubeen este deporte) y él me dijo que si algo le enseñó esa disciplina, es justamente eso: saber caer y entender que cada golpe es parte de un proceso hermoso que te acerca a la maestría. Recordando aquella frase que se le acuña a Thomas Alva: «Yo no fracasé 1000 veces, la invención del foco me enseñó 1000 formas de cómo no hacerlo”. Eso es lo que Tiko siente cada vez que las pelotas caen desparramadas por el suelo y sabe que le espera -a continuación- una revancha para componer eso que le llevó a un resultado desfavorable, acercándose al esperado.   


Estas historias no deben ser las únicas, tienen que existir millones de historias así, detrás de cada hazaña. Si este ensayo, no lo publicase hoy sino que lo escribiera 100 veces más. ¿Estaría logrando algo de mejor calidad?

Y si lo pienso bien, el mayor invento colateral, más allá de la bombilla, o de la capacidad de manipular pelotas en el aire o de la técnica para saltar vallas, se relaciona con la cura contra la envidia. ¿Cómo se te ocurre envidiar a quién sí hizo un esfuerzo superlativo y te está dando la pista para que logres algo importante que siempre te ha sido esquivo? Aún así habrá existido uno que otro vecino envidioso de Thomas Alva, que prefería seguir usando vela 100 años más, a expensas de no tener que ver al científico caminando rebosante de felicidad, si su experimento evolucionaba hacia buen puerto.

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