Me atreví a hacer algo que juré no volver a hacer

El 07 de Noviembre de 2023, me atreví a hacer lo que dije que nunca más volvería a hacer: montarme en el escenario a hacer comedia. Y peor aún: de visitante. En una ciudad que no es la mía.

Hace años, publiqué un artículo llamado “fuiste a buscar lo que no se te había perdido”, en el que describí lo que sentí cuando fracasé en febrero de 2021 (esa noche nadie se rió y me bajé, sin haber completado lo que tenía para decir). Una amiga me grabó esa nefasta presentación pero nunca me atreví a ver el video, me daba escalofrío de solo pensar que existe esa evidencia. Pero lo conservé y lo refundí en mi disco duro virtual, ¿saben con qué nombre bauticé el archivo? ::: <no vuelvas a verlo.mp4>. 





Hoy tal vez me arriesgue a verlo. Aunque me persigue el fantasma. Sospecho que me deleitaré comparando ambas situaciones: la del 2023 y la del 2021. ¿Seré valiente?


Eran las 10:15pm de una noche novembrina, coqueta y fría, en la capital de Colombia. El host Eco Alvarez anunció mi nombre y pensé: "no hay más espera". Yo era el turno 10 de una decena de comediantes (o aspirantes, todos de alta calidad) y el número 9 no asistió, así que tuve 7 minutos menos para postergar lo ineludible. Caminé en cámara lenta hacia el escenario, con los nervios del jugador que va hacia el punto penal a patear el definitivo. Y que de eso depende el paso a la final. No niego que, a mitad de la velada, contemplé la posibilidad de salir corriendo. Visioné lo cobarde que hubiese quedado si Eco mencionaba mi nombre, y todos notaban que ya no estaba. Pese a que nadie me conocía. La vergüenza del incógnito.


En las horas previas, me sentí como Rocky antes de enfrentar a Drago, una parte de mí se tenía confianza: el pálpito que esta vez podía ser diferente, y el otro 50% de mi tenía terror a que le dieran una tunda. Menos mal salí tarde la oficina: 8pm, me despojé ágilmente en el hotel de la ropa empresarial y directo al club de comedia. No tuve plazo de aumentar la incertidumbre.



Le tenía harta confianza a primer gag (comentario cómico) porque ya me había funcionado en todos lados. Así que eso era como poner a patear de primero al mejor cobrador. Pensé: “si me funciona el primer comentario y el 2do, tal vez haga algo loco: detener la presentación allí y decir: ¡Muchas Gracias esto fue todo!”. Una presentación exitosa de 30 segundos. E irme con la victoria del gallo que su satisfacción es un snapchat. Como el que pega una primera trompada fuerte a Mike Tyson y huye porque sabe que en los rounds restantes lo van moler. 


O también traigo a colación una metáfora del fútbol, si me salía bien ese primer gag, era como meter un gol de camerino; y aunque después no vinieran (o vinieron) momentos de risas tan estruendosas como la inicial, la idea era mantener el resultado. Provocar un toque-toque de risas suaves el resto del partido. Y ganar 1-0.


No creo que los allí presentes fueran tan ingenuos como para no escanear lo que ocurría dentro de mí, mientras me trasladaba al escenario a 0.5x y acomodaba mi cuerpo en medio de dos luces reflectoras rojas. Darse cuenta de todo el tiempo que quemé, ya que me quedé unos segundos paralizado, antes de emitir la primera palabra. En esos segundos que aguanté, esperando que sonara un poco más la música de Prince, y manifestando —con mi lenguaje corporal— un mensaje: "Aquí estoy. Después de casi 3 años de haber quedado en el ego malherido por una noche funesta en la Costa. Ustedes no me conocen, pero no tardarán en enterarse que este es un momento sagrado para mí: el día de la posible reivindicación, de cuadrar la caja de los traumas”. La conversación telepática que inventa el que no conoce a la multitud con la que va a entrar en intimidad (para colmo de males, esa noche el bar estaba más lleno que de costumbre).

Aclaro. Lo duro de hacer comedia tiene que ver con el hecho de AVISAR QUE VAS A HACER COMEDIA. Cuando el anuncio dice “ellos hoy te harán reír”. La contraparte va con una expectativa alta, persuadida por una promesa. Porque es más fácil cuando sueltas un comentario cómico en medio de un discurso serio, y nadie lo espera. Eso sí nunca lo he dejado de hacer y —aunque no es simple tampoco— tiene mayor probabilidad de éxito. Mis amigues con frecuencia caen en la trampa.



Los contenidos de bienestar y desarrollo personal prohiben la palabra: Revancha, venganza o reivindicación: “Ayyy no la digas, es muy fuerte, te sintoniza con la carencia, van a creer que eres resentido”. Los expertos también recomiendan que uno debe pasar rápido la página tanto de la derrota (para no hundirte) como la de la victoria (para no marearte de júbilo). Lo cual es muy sano, indudablemente. Sin embargo, ¿Debo pasar la página de la gloria tan rapido como se pasa la de la desdicha? ¡Seguro que Sí! pero —por otro lado— tengo a derecho a gozar unos días, en honor a lo que salió favorablemente. Y aprovechar el momento para metabolizar la multiplicidad de sensaciones que se desprenden de mí. La noche en que no me fue tan mal, en la que me fue medio bien, en la que no hice el oso, se imaginarán que haber tenido mi revancha no me dejaba conciliar el sueño. Estaba en la habitación del hotel y me miraba al espejo cada 20 minutos para regalarme una sonrisa de gratitud, a mí mismo, a mi familia, al eterno. Quiero fabricarme una remera en la que estampe este letrero: LO HICE.


Tal vez hice todo esto solo por la anécdota. Por distraer una crisis vocacional y existencial que he estado teniendo, crisis que fue la oportunidad para hacer algo loco, algo inusual, algo que me hizo salir de la rueda del hamster. De desviarme en el día de la marmota. El que es capaz de montarse en un escenario, a exponerse, a intentar ser gracioso —aunque no lo consiga— luego es capaz de cualquier cosa que le permita evolucionar. De aprender malabares, inventar la vacuna contra alguna enfermedad, de propinarle un golpe de estado a algún país poderoso, de emprender un negocio con pocas chances de vencer, de contestarle a su jefe. Asumir riesgos. Tal vez por eso lo hice, para poner a prueba mi resistencia y mi resiliencia. Y para sustentar algo que afirmé hace poco en medio de mi triste actualidad: “si estás mal anímicamente y pierdes las ganas de vivir, la solución no es matarse. Sino hacer cosas diferentes”. Darle un vuelco total al estilo de vida.




Cuando me bajé del escenario (todavía no entiendo el fuerte aplauso que la gente me regaló porque tampoco es que mi presentación haya sido la GRAAAAAN COOOOSA), saludo con mucha alegría al amable chico de 18 años que aceptó grabarme (casi lo abrazo) y me voy a la barra por una cerveza. El jugo de cebada más rico del mundo, saborizado por el consciencia limpia de quien modifica su realidad (¿su destino? ¿su desatino?). Casi lloro al final, me inspiré en mi hijo de 5 años que hace unos meses se presentó en una obra teatral y hubo una parte en la que se le olvidó el libreto, o sintió miedo escénico, se tapó la cara con la pechera del disfraz y no dijo más. La profe lo rescató, vocalizando ella esa parte del discurso. Pude haber utilizado ese recurso en caso que fuese necesario. Porque lo más importante allí era la inocencia, la ternura, sentirse como un niño, entender que esto es un juego, no tomármelo en serio si las cosas no salían como uno espera y entender que la vida es una sucesión de intentos y avances. Y también los retrocesos hacen parte del coctel. Son ladrillos de próximas construcciones. El orgásmico experimento de desapegarme del resultado, disfrutar el proceso, que suena bonito pero vaya y aplíquelo.




Hay algo que solo puede explicar cada masoquista que se ha sometido a la adrenalina de estar allí sobre la tarima, tratando de alegrar la vida a los que escuchan: la presión —que hay un tu cabeza— de estar siendo gracioso cada 30 segundos (o menos). Y cuando ha pasado ese lapso y no hay una risa, se activa una alarma —dentro de ti— que no solo suena sino que te pregunta: “¿qué pasa? ¿qué estás haciendo? ¿qué plan B tienes? ¡Toma decisiones! … ¡busca urgente otro recurso que capte mejor la atención del respetable!”. Semejante a lo que debe ocurrir en el cerebro de un Técnico de fútbol cuando el partido está decayendo.


La escuela Valderrama es el formato, dentro del cual, 10 comediantes debutantes prueban a ver cómo les va. Dentro del Bar Banana house en la zona rosa de Bogotá, el primer martes de cada mes. Ya había ido yo en calidad de espectador dos veces: Julio y Septiembre. Mi ánimo no estaba pasando por el mejor momento debido a un dilema laboral. Y mi intención al haber asistido esas veces, más allá de pasar un rato divertido era analizar qué ocurrió con cada atrevide (persona que se para), intuir qué lo llevaba a hacer esto, filosofar sobre su profesión u ocupación, qué opinaba su familia, qué tantos nervios se le notaban y si eso le dominaba, si lograban hacer una presentación semi-decente. En el mes de Julio, vi a un chico que se montó de primero, no tenía más de 20 años, y nadie se rió de ninguno de sus gags. Me dolió. Se bajó del escenario desmoralizado. No pude evitar sentirme identificado con lo que me sucedió en Febrero del 2021. Y dije: “ahora entiendo por qué no me atreví más, ¡esto es duro! ¡un deporte extremo! Corre uno con el riesgo de terminar con la dignidad por el subsuelo”. Re-afirmé la decisión que había tomado de no intentarlo de nuevo ¡Jamás! ¡Hamas! Aunque en mi inconsciente había una vocesita discreta que decía: ¿y si lo haces de repente, de un día para otro? Sin avisar, sin pensarlo dos veces, ¿qué tienes para perder?. Eso me activaba unas ganitas tenues. Esos días, reproduje el video de la última vez que me había ido bien en un open mic de Marzo 2020 (días ante de iniciar la cuarenta por covid-19) en Barranquilla. Y al verme allí, al observar a otro Jairo, me cuestioné: ¿cómo pude ser capaz de hacerlo? ¿a dónde quedaron esas habilidades? ¿quién robó la poca gracia que había alcanzado a desarrollar?


Y pensé en un amigo, Nicolás, que practicó por años un deporte llamado Down Hill, consistía en bajar una montaña en patineta, a través de calles curveadas e inclinadas, que ante el mínimo error caes por un precipicio. Él ya se retiró y me confiesa: “me salvé de morir, no solo una vez sino muchas”. Es lo mismo que sientes cuando te das cuenta que fuiste capaz de algo que 99 seres de cada 100 no hacen, por temor a comer mierda, a morir en escena.


Recordé la historia de un turista inglés que estaba de visita en la India y observaba cómo los maestros de meditación podían caminar 3 metros sobre cenizas incandescentes, sin quemar sus pies. Y el extranjero, sin ningún tipo de preparación, se lanzó, lo hizo y tampoco se quemó. Todos se preguntaron ¿cómo fue eso posible? Y el maestro respondió: “porque no lo pensó”. Cuando tienes mucho tiempo para determinar si haces algo arriesgado o no. Por un lado es positivo, porque cuentas con días/meses de preparación pero también en ese plazo podías arrepentirte.


Cuando le confirmé a Gonzalo, un día antes, que estaba decidido a montarme, me indagó: ¿por qué no lo haces en Barranquilla? Le respondí, porque prefiero volver a intentarlo con un público más democrático, este es una ciudad en donde la alcadesa es lesbiana, casi queda de alcalde este año un candidato gay, hay eventos como Rock al parque que mete 100 mil personas, hay inclusión. No es una provincia: están abiertos a otras ideas. Un espectador que me atienda debe ser open mind, porque acepta que mi discurso no se centra en culo-tetas-chichí-popó, o en tener que ofender a alguna población vulnerable para ser gracioso. Lo mío es una reflexión (observacional) con ciertos matices cómicos. Algo más suave. Como un jazz, no un reggaetón.


Al salir, re-confirmé que hay 3 cosas que a un ser humano le permiten dar un salto cuántico: tomar yajé, tirarse en paracaídas y pararse a presentar un discurso cómico (y más cuando es frente a desconocidos). Ahhh y una 4ta: el parto en casa pero ese ya lo hice. En 2022 así nació nuestro 2do hijo.


La verdadera prueba (la prueba oculta dentro de este experimento) era 1. pararme allí, 2. que no hubiese sacado una risa y 3. que me vida siguiera igual. Que eso no hubiese afectado mi paz interior. Si eso ocurría (menos mal no fue así), entonces podía darme por bien servido. O como dijo Pablito Wilson (un periodista musical a quien vi presentarse hace un par de meses): “con que la audiencia me regalara un solo momento de risa, me iba a casa la consciencia tranquila”. Me identifico. Sirve para retomar.


Ahora me creo capaz de pararme más veces con el mismo discurso e irlo puliendo. A ver si cumplo lo que prometo y no dejar pasar otros 3 años, para gozar el terror que se siente antes de saltar a la tarima. 

Comentarios

Paradigmentes ha dicho que…
WOW JAIRITO! ERES PERSISTENTE, VALIENTE Y ARRIESGADO! TE ADMIRO MUCHO Y DE VERDAD DEJAS UN MENSAJE DE PODER! LOS SUEÑOS REQUIEREN DE RESISTENCIA Y VALOR... GRACIAS!!!
Charlie ha dicho que…
Excelente amigo! Un crack de someterse a desafíos, así como con la torpeza a la destreza y otras más, felicitaciones por todos los aprendizajes y gracias por compartir la experiencia.
J.J. ha dicho que…
Gracias por compartir este maravilloso artículo y como te lo mencioné antes, por describir tan encantador suceso con la gracia y amor que te caracteriza. Esta mañana pensaba que en estos tiempos los seres humanos requerimos de la alegría de la vulnerabilidad compartida, porque en la aceptación y la comprensión de nuestra naturaleza de aprendices, nos hacemos más felices que al escondernos detrás de fachadas de perfección. Las mismas (siendo yo una de las que las ha sufrido) que nos aprisionan insensatamente. Este caso es un ejemplo de la satisfacción que nos da el coraje y al mismo tiempo del agradecimiento que genera el contraste. El contraste hizo doloroso aquel momento de “fracaso” y es precisamente lo que ahora otorga magia a la dicha del feliz aplauso reciente. Un abrazo Jairo.
Lebys Santiago Ulloa ha dicho que…
Un artículo bastante cargado de emociones, el día que dejes de sentir todas esas emociones encontradas es el fin de la pasión por lo que haces, sigue manteniendo esa vela encendida y lo más importante felicidades por atreverte y subirte a un escenario solo estar en ese lugar ya es un logro.
Cesa ha dicho que…
Me encanta cuando las personas se atreven a seguir intentando lo que realmente les llena el alma. Te felicito! Me gustó mucho el relato.
Danielle Wallace ha dicho que…
Wow amigo! Qué fuerte! Me alegra muchísimo que hayas vivido este proceso y que hayas hecho la metamorfosis que necesitabas, al menos en pequeña (pero gigante) escala! Estoy orgullosa de ti

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