El afán de andar corrigiendo a la gente a toda hora
“¿Por qué mi afán de andar corrigiendo a la gente a toda hora?” Se pregunta el estudiante de oratoria que anda obsesivo con su aprendizaje, y permanece evaluando la capacidad expresiva y lingüística de cada persona que conoce.
Pero el potencial orador no es el único, he notado que el bailarín experto no disfruta por andar pendiente de todo aquel que baila mal en la fiesta, ¿no sería colocar la mente en blanco y mejor divertirse?
Recuerdo que mi hermana, cuando llevaba pocos meses recibiendo clases de Tango, acostumbraba a practicar las poses o pasos del tango mientras caminaba, o en aquellos momentos en los que estaba obligada a esperar de pie.
También se me viene a la mente, el caso el estudiante de psicología que intenta poner en práctica sus conocimientos, ante todas las manifestaciones conductuales que percibe a su al rededor. Sus amigos lo consideran insoportable cada vez que interrumpe una conversación para emitir sus diagnósticos de primerizos: “veo que te estás proyectando, me parece que tienes un trastorno de así-así-y-asao” <— Y todos quisiera permanecer a un radio de más de 10kms lejos de él.
El mundo del Teatro tampoco se salva de esta epidemia de la arrayudez (Arrayúo: en mi tierra le llaman a una persona afiebrada con un tema específico). Una amiga teatrera me confesó que cuando asiste a una obra de teatro tiene que darle la siguiente orden a su mente “Bueno, bueno … a ver, apagamos la criticadera obsesiva y el ímpetu evaluador, por unas horas, aquí vine a entretenerme”. Los Arrayúos del teatro son los peores asistentes para todo aquel Teatrero que busca realizar su puesta en escena. Estarán pendientes para sancionar cada mínimo detalle que se salga de los estándares. Muchos colegas son como las mafias, se matan entre ellos.
¿Y qué me dicen del odontólogo que examina la dentadura de toda aquella persona con la que establece contacto? seguramente haciendo un inventario de los posibles gérmenes y desvíos acaecidos en el tejido más duro del cuerpo humano..
¿Hay alguna profesión que se salve de esta tendencia? ¿Existirá el estudioso de un oficio que no permanezca 24/7 determinando si su entorno cercano se adapta, o no, a las reglas de ese conocimiento que ha ido ganando?
Yo tampoco me salvé. Desde hace más de 8 meses he venido estudiando Oratoria (no es casualidad que haya iniciado este artículo con el ejemplo de un orador) y he aprovechado cada circunstancia cotidiana para aprender corrigiendo a los otros y corrigiéndome, por supuesto, a mí. Al principio me enorgullecía al ver que podía andar corrigiendo a toda persona cercana y notar que algunos me lo agradecían; después de superada la arrayudez entendí que debía pasar la página y manejar estas observaciones con prudencia. Preferí realizar mis análisis en silencio, con amonestaciones telepáticas. La puesta en práctica no se ha detenido; por ejemplo si llego a la cafetería a pedir mi tinto de cada día, aprovecho esos 3 segundos que empleo para decir “Por favor, un Capuccino mediano, con leche deslactosada”, sacando a relucir (la mejor entonación, vocalización y mirando a los ojos) el conocimiento adquirido. Eso sí, aún mantengo las antenas bien puestas para captar infracciones relacionadas con la disciplina que he venido estudiando sigilosamente. Con prudencia o sin prudencia, la cotidianidad ha sido mi pizarrón más idóneo y mi inmejorable campo de acción.
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