Hacer dominadas con la cabeza, ¿Cómo aprendí?

 





El 11 de Abril de 2025 quise experimentar, por primera vez, qué se sentía hacer rebotes de balón con la cabeza. Había mirado muchos videos de Rodri Cunqueiro y de Roberto Motta. Llegué a pensar que ese ejercicio no era para mí. Y sin planearlo, una mañana cualquiera en un parque -mientras empujaba a mi hijo en un columpio- me puse en la tarea y costaba hacer 3 rebotes seguidos. Habré durado 20 minutos haciendo solo dos, allí concluí que esta maniobra no era ninguna pera en dulce.


El intento provocó, en mí, el mismo efecto de todo aquello que se me dificulta: inicié una nueva sana obsesión. Quise probar cuán lejos podía llegar. Ese primer día -al final- me salieron 7 rebotes seguidos con muuuuucho esfuerzo, obviamente no eran rebotes visualmente estéticos sino caóticos. En otras palabras, yo no hacia que la pelota rebotara sobre mi cabeza sino que, por el contrario, la pelota hacía yo rebotara por debajo de ella. Es decir, ella me controlaba a mí y no yo a ella.  


¿Y por qué me ensañé con esa maniobra? Porque sé que detrás de todo ejercicio incómodo aparecen revelaciones sobre mi relación con el aprendizaje. Y porque circoaching me ha instalado de esa mentalidad de vivir en torno a los récords. Cada maniobra compleja pero posible, se me está volviendo una tesis de metacognición. También intuí que esta podía ser una maniobra reina, es decir, esa que -si la manejas- te prepara para otras maniobras, ya que mi sistema nervioso aprendió a bailar con el desequilibrio —y eso fortaleció la capacidad de control postural.


No Fue al día siguiente, sino en Julio de 2025, cuando instauré el hábito de practicar esta maniobra con alta frecuencia: mínimo una media hora casi todos los días. Presentía que solo así -con una periodicidad casi diaria- era que podía acercarme al resultado esperado y merecía ser prioridad en mi agenda.


¿Qué pasó entre Julio y antes de la hazaña?

Notaba que iba aumentando la cantidad de rebotes a un ritmo aproximado de 10 semanales, eso me daba la esperanza de llegar al número mágico del circo: el 100. (Puedes ver aquí el progreso desde Abril hasta Noviembre). Dicen los expertos en malabares que solo cuando llegas a esa cifra, se puede decir que dominas completamente una maniobra. Cabe resaltar también que no en todas mis sesiones de practica lograba avanzar en el Record, eran más las sesiones en donde no lograba progreso que en las que lograba. Y eso me entregó una enseñanza muy bonita: abraza el proceso sin enfocarte solo en el resultado. Mientras el resultado no se daba, el proceso me pulió la paciencia, el espíritu analítico, la capacidad de conectar causa con efecto, la posibilidad de estabilizar un mínimo viable (es decir, la semana en la que quería pasar de 60 o 70, por ejemplo, estabilizaba 40 rebotes), la destreza de la pierna menos hábil para servirme la pelota desde el pie hasta la cabeza, la consigna de estar concentrado y en el presente (aunque suene redundante), entre otras.


¿Cómo es eso de conectar la causa con el efecto?

Mientras persigues un objetivo, conviene hacer una lista de las variables que influyen en tu avance, estancamiento o retroceso. 

Las hay a) Internas:

La zona precisa de mi frente con la que tenía que pegarle al balón, estaba muy clara. Desde que observé el primer tutorial me fue revelada. Ya en pleno proceso, lo importante era analizar qué tenía que hacer mi cuerpo para darle en el punto, de tal manera que los rebotes no se me fueran hacia atrás o hacia adelante, porque rescatar el balón allí -siendo principiante- era una labor que me dejaba muy extenuado y con el corazón en la garganta. También me permitió analizar si yo era el que tenía que pegarle a la pelota o si debía dejar que la pelota rebotara sobre mi cabeza. Recordar algo de la Ley de Newton en el colegio, la ley de la acción y la reacción. Concluí que, en efecto, sí debía dejar que la pelota me rebotara y también debía imprimirle yo una fuerza a ella, pero ambas fuerzas debían regularse hasta encontrar el punto óptimo, sin ese punto óptimo de coexistencia, no llegaba ni a la esquina.


 

b) Externas:

Si el sol estaba radiante o si las nubes lo escondían. Esto, sin duda, influye pero tampoco paraliza. Y es que, al estar con la mirada siempre hacia arriba, los rayos solares incrementan la dificultad.

Si el piso está muy resbaloso, rugoso o si presenta desniveles. La cancha de mi edificio -donde usualmente realizo mis experimentos malabares- presenta unas losas cuyas puntas están levantadas y solían transmitirme inseguridad; porque cuando el caos del balón me obliga a moverme, no alcanzo a verlas, ya que mi mirada está fijada en el cielo. Esos factores externos elevan el desafío de poner en orden al caos y es que tu mente pueda estar diciendo: “si no te has tropezado, es probable que lo hagas o confía en que tus pies tienen cuatro ojos inferiores”.

Con respecto al nivel de aire en los balones: me llevó semanas elegir cuál era el balón idóneo para la práctica pues, los primeros que usé (el amarillo y el blanco) estaban muy templados y hacían doler la cabeza al final de cada practica. Hasta que identifiqué que mi balón rojo, es de los 3, el más amigable con mi cráneo porque al cabecearlo no me dejaba tanto impacto. 


El día de la hazaña: ¿qué hice de diferente?


Una semana atrás, había logrado 90 rebotes, con ayuda de Tomás, un vecino que me grabó. Era la primera que alguien me filmaba porque el resto de ocasiones, por lo general, coloco la cámara en una esquina de la cancha y dependo mucho de lo que alcanza a quedar dentro del recuadro. El hecho de no tener quién te grabe, le suma una tensión adicional porque, además de enfocarme en los rebotes, también estoy pendiente de no salirme del área que alcanza a cubrir el lente. Ese día sentí que podía llegar a 100, pero la punta de mi pie tropezó con una losa desnivelada, y eso impidió que la proeza ocurriera allí.


Fue calamitosa la mañana en que superé la barrera de los 100 rebotes, a las 6:15am -mientras preparaba a mi hijo de 7 años para ir al colegio- tuve que reprender verbalmente a mi hijo de 3 años y eso me dejó un poco pesado el equipaje emocional. Luego tuve unas reuniones de trabajo y las 11am hice una pausa, aprovechando que las nubes impedían que el sol sobrecalentara mi cuerpo.


Bajé a la cancha sin mucha expectativa. Apliqué aquello de “solo es feliz quién no espera serlo”, puesto que sí quería pasar la barrera pero también estaba listo para entender que no tenía porque presionarme a que fuera ya. No sin antes recalcar que el día anterior había acumulado mucho estrés de tantos intentos fallidos y ya nada me esperanzaba. Además la temporada de viento estaba entrando en mi ciudad y en los intentos del día previo, Tomás me advirtió que eso me podía afectar, elegí no prestarle atención a lo que dijo (aunque en el fondo sí tenía razón) para no sentir que contaba con una nueva excusa, de la cual agarrarme para decir que -por esa variable, y otras más- no era viable el rompimiento del record. Le agradecí mucho a Tomás por el apoyo, ya que él ha sido de esos vecinos que se queda conmigo calentando con algunas dominadas compartidas, cada vez que me ve en la cancha. Y cuando me vio perfilado a romper el record, me dijo: “ya yo me estaba emocionando”.


La sesión en la que vencí el record duró 30 minutos, Alejandro, un vecino, pasó cuando yo llevaba 15 minutos practicando y nos pusimos a conversar. Al rato, Paula, otra vecina, también pasó y conversamos otro par de minutos. Cualquiera diría: ¿no crees que podrías evitar conversaciones y tratar de estar más concentrado? Y quien lo pregunte, también tiene razón -como Tomás con lo del viento- pero acepté adrede esa pausa distractora para quitarme la presión de encima y refrescar la inminencia del record. ¿Qué aprendí entonces el día de la proeza?



- Logré administrar la combinación entre rebotes largos con los rebotes cortos.

En los meses previos, entendí que debía llevar un ritmo. No todos podían ser rebotes largos (porque el balón se me salía de la visual) y no todos podían ser rebotes cortos porque quedaba sin oxígeno. ¿A qué llamo rebote largo? Cuando el balón se estrella sobre mi cabeza y su altura alcanza el equivalente a dos veces la altura de mi cabeza. ¿A qué llamo rebote corto? Cuando el balón alcanza el equivalente a la altura de una cabeza. Y adopté el ritmo que me daba seguridad, el cual consistía en un rebote largo seguido de dos cortos y, por momentos, era un largo seguido de 3 cortos. Como los tresillos en la percusión. Porque en los primeros meses comprobé que el exceso de rebote largo aumenta la probabilidad a que la pelota se vaya hacia atrás o hacia adelante; tal como me lo indicó Chistian Freay, un amigo, que fue testigo de mis primeras sesiones de intentos y él -sin practicar este deporte, pero sí experto en otras disciplinas- lo analizó al observarme y aplaudía mi evolución cada semana que me visitaba.


- Aprendí a posicionar mi cuerpo (agacharme) de tal manera que garantizara un rebote vertical y sin que la pelota girara sobre su propio eje. Por ejemplo, “antes de que la pelota toque tu cabeza, ya activas de forma inconsciente microajustes de cuello y tronco”, me dijo ChatGPT cuando le pedí que analizara lo ocurrido.

Rodrigo y Roberto me lo dijeron desde el inicio, la clave estaba en flexionar las rodillas mientras le pegabas al balón. Sin embargo, como todo consejo, aunque me lo advirtieron, no era algo que podía implementar en seguida porque más podía la ansiedad de lograr rebotes seguidos (para sumarle a la estadística) sin importar que el cuerpo estuviera totalmente erguido. No era una postura sostenible porque el paso de los segundos se suele perder el control.

Luego entendí que científicamente esto se llama: control anticipatorio postural. La cual se define como la habilidad del cerebro para predecir lo que está por suceder antes de que ocurra, y preparar los músculos en consecuencia.


- Dividí cada intento por etapas, es decir al arranque (la primera mitad: los primeros 40 o 50 rebotes) le asignaba una estrategia más de expectativa, de cautelosidad. Y en la 2da mitad, allí sí metía todo el pie en el acelerador. Como en el ciclismo: hay etapas de mantenimiento, porque son de pedalear suave y otras etapas agresivas: de pedalazo rápido que son para adelantar. Si el balón si me caía en la primera mitad del intento, no era mucho lo que se perdía porque el avance había sido poco. Pero si se caí en la 2da mitad, ahí sí la frustración era mayor porque estaba cerca de la gloria. En ese orden de ideas, a la mitad final le apliqué con énfasis el ritmo de sostenibilidad (un rebote largo seguido de dos o tres cortos) para estar más tranquilo.


- Si mi mente me recordaba lo cerca que estaba del objetivo, me ocurría el fenómeno de los tripulantes de submarino, cuando les dicen que falta poco para llegar, pueden entrar en pánico y la respiración se les acorta, como a mí, a pocos rebotes del logro. Decidí exagerar la respiración en esa etapa final, porque también fui consciente que el no respirar - de modo consciente- originaba que el balón se me cayera cuando estaba a poco de rozar el objetivo. Por mis cálculos, Sabía que al cumplir 57 segundos ya debía estar alcanzando los 100 pero cada intento sirvió para jugar a perder la noción del tiempo y, de esa manera, aguantar más. Curiosamente el cronómetro marcó 63 segundos cuando logré los 108 rebotes. (Luego, la tarea de contar los rebotes la hice allí mismo en la cancha, viendo el video grabado, tuve que repetirlo 6 veces porque la emoción me generó un atrofiamiento post-gesta la racionalidad).


¿Si ven todo lo que aprendí solo por atreverme a jugar con un elemento redondo? Y, por sugerencia del coach Carlos Barrio, se me dio por investigar en cuánto estaba el record guinness de dominadas con la cabeza. Lo posee el cubano Erick Hernandez, con 351 rebotes. Y aunque no pretenda perseguir esa marca, no me siento tan lejos. ¿Hasta dónde llegaré? ¿qué otros aprendizajes del proceso vendrán si aspiro llegar a 200?



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